La Bella y la Bestia: Simbolismos del espejo y la rosa encantada

Regina Oblitas López Portillo

La Bella y la Bestia, de Disney, forma parte de las películas que la mayor parte de las niñas, de casi todas las generaciones desde que en 1991 se estrenó, la han visto. La primera vez que la vi no recuerdo cuantos años tenía, pero en esa ocasión, únicamente pude apreciar la historia como una película de princesas, como otras que ha hecho la productora estadounidense. A más de diez años de distancia desde que la vi por primera vez y, gracias al paso del tiempo, la madurez y el bagaje cultural adquirido en dicho intervalo, he podido resolver ciertas inquietudes que me quedaron en los lejanos años de la niñez, que en ese momento me eran difícil de responder.
El prólogo contextualiza la historia presentada y plantea el conflicto que se desarrolla en toda la trama: un joven príncipe malcriado y egoísta que rechaza auxiliar a una vieja mendiga, quien después resulta ser una hermosa hechicera lo que, a su vez, provoca arrepentimiento en el protagonista:
Pero ya era tarde. Porque ella había visto que en su corazón no había amor. Como castigo, lo convirtió en una espantosa bestia. [...] se encerró dentro de su castillo; siendo un espejo mágico su único contacto con el mundo. La rosa que ella le había ofrecido era en realidad una rosa encantada que duraría hasta los veintiún años del príncipe. Si llegaba a amar a una doncella, y ella lo amaba también antes de que cayera el último pétalo, se rompería el hechizo. Si no, quedaría encantado y sería una bestia, por siempre.
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Encuentro que, tanto el espejo como la rosa spueden ser interpretados como símbolos que representan elementos socialmente aceptados. No es una casualidad que éstos le sean entregados por la hechicera, ya que son objetos que desde tiempos antiguos se han podido relacionar con la magia. 



A partir de las definiciones tomadas del Diccionario de símbolos de Juan-Eduardo Cirlot, la figura de una rosa ha representado los siguientes valores: logro absoluto, la protección, sanación y el de la perfección; así mismo, se le relaciona principalmente con la idea de lo femenino; variando sobre la delicadez, el corazón y el amor. Las rosas pueden verse desde dos perspectivas; por una parte, representan los atributos que ya mencioné y, por la otra, cuando la flor se marchita su significado cambia totalmente; los principios de la vida se pierden y son sustituidos por los de la muerte por el deterioro y la fealdad.
El espejo, por su parte, es un símbolo de la imaginación, o de la conciencia, para reproducir representaciones del mundo visible. Se le relaciona con el pensamiento y la autocontemplación; además, al recordar el carácter mágico que le otorgó por la hechicera, le sirvió al príncipe para mostrarle apariciones del mundo del que, él decidió alejarse.
            Desde el prólogo da cuenta de la moraleja sobre que la belleza interior es más importante que la exterior; tanto el espejo como la rosa son dos elementos muy importantes para la bestia. Ambos están encantados y, como apunta Cirlot, el espejo refleja el mundo de lo que se priva la Bestia; recordándole, a través de su reflejo, que siempre había sido una criatura horrorosa por su forma de tratar a los demás. La rosa, por su parte, representa el tiempo que tiene el príncipe con su maldición; conforme pasa el tiempo, la rosa se marchita, perdiendo la belleza y la gracia con la que le fue dotada; al ser ésta una rosa encantada, podía tener la fortuna de tener una belleza eterna, o bien, marchitarse y volverse fea, de la misma forma que el gallardo príncipe.

Referencia:
Cirlot, Juan-Eduardo , Diccionario de símbolos, España, Labor, 1992, pp. 194-195, 390.

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