Frankenstein: El hombre-máquina
¿Por qué se ha inmortalizado la
historia de Frankenstein? A lo largo de la historia se le ha encontrado
estrecha relación con otros mitos y ha tenido distintas reencarnaciones; desde
ser considerado la versión moderna de Prometeo hasta encontrar un vínculo con
el Dr. Manhattan o el joven manos de tijera. Sus orígenes, como muchos otros
personajes fantasiosos o mitológicos devienen de una larga tradición oral, que
en algún momento llegó a establecerse a través de la literatura.
Frankenstein
como el monstruo romántico que todos conocemos, emerge en 1818 por la pluma de
Mary Shelley. Desde los primeros años del cine ha acaparado pantallas,
comenzando con el filme mudo de 1910, a partir de entonces, por lo menos se ha
elaborado una producción cinematográfica por década –y eso sin mencionar las
adaptaciones o personajes que han surgido inspirados en él-, por lo tanto
tenemos a una figura que, al menos por un siglo, ha formado parte de nuestro
repertorio cultural. ¿La razón? Para que un mito se mantenga requiere tener un
carácter de universalidad y tocar temas sin vigencia, es decir, atemporales.
Frankenstein trasciende tiempos,
espacios y culturas porque representa dos de las preocupaciones inherentes a la naturaleza humana, que son la muerte
–y todo lo que engloba lo desconocido- y,
el ideal de la eternidad. La muerte, ha adquirido al menos para occidente,
desde el surgimiento de religiones monoteístas, una postura de temor a ella. La manera de lograr eternizar o eternizarse, en la representación de la película de 1994, tiene dos niveles,
que es por una parte, posible a través de la forma fáctica, lo que quiere decir
“pasar a la historia”, perpetuar la existencia por grandes acciones que vuelven
eternas a personas en la memoria histórica colectiva; justo como era el anhelo
del capitán Robert Walton con la llegada al Polo Norte:
Capitán Robert
Walton: Me pasé seis años planeando este viaje y gasté toda mi fortuna. ¡No me
detendrán ni usted ni un fantasma!
Víctor
Frankenstein: ¿Usted, padece también de mi locura?
Cap. Robert
Walton: No, no es una locura.
Víctor
Frankenstein: ¿Entonces qué?
Cap. Robert
Walton: Hay un corredor al Polo Norte, y yo lo encontraré.
Víctor
Frankenstein: ¿A costa de su propia vida y las de sus hombres?
Cap. Robert
Walton: Las vidas vienen y van. Si tengo éxito, nuestros nombres vivirán para
siempre. Seré aclamado, como el benefactor de nuestra especie.
Víctor
Frankenstein: Se equivoca, yo de todos los hombres, lo sé.(6:25 – 7:13 min.)
Estos diálogos entre ambos
personajes representan el antagonismo que envuelve a toda la trama, una escena
muy reveladora que permite desentrañar dos concepciones distintas del valor de
la vida; por un lado, para el capitán Walton, la importancia no radica en el
tiempo que se alargue la vida, sino en lo que “hagas” con ella, los años son
irrelevantes porque al final por las acciones la “historia te absolverá”.
Empero, para Víctor Frankenstein la vida misma, en su “aquí y ahora” adquiere
todo el sentido. Es por eso que al enfrentarse directamente a la muerte, desde
su nacimiento con la perdida de sus personas queridas lo obsesiona en la
búsqueda de una “cura” imposible, que detendrá el proceso degenerativo y
restaurará el funcionamiento del cuerpo.
Es por ello que, Víctor
Frankenstein, un científico de su tiempo representa la otra forma de alcanzar
la eternidad; de manera opuesta y más evidentemente, una cuestión biológica,
esta idea de no morir o poder regresar a la vida a alguien que perece, volverlo
inmortal, pero no por ninguna pócima mágica o propiedades fenomenales como los
vampiros o seres mitológicos; sino por medio de la ciencia, es por eso que este
monstruo es tan controversial y antagónico. Porque es una creación hecha por el
hombre, lo cual significa una capacidad, conocimiento y poder del ser humano
sobre la vida misma, que “el hombre juega a ser Dios” nos está hablando de un
momento histórico tenso entre la ciencia y la teología, que es la ilustración.
Esta convicción de Víctor de
poder construir un cuerpo viviente, nos lleva a considerar la noción del “ser
humano” para la época; se rastrea la influencia del pensamiento cartesiano, el
cual impregno en las universidades y sociedades científicas de Escocia, Francia
y países bajos hasta el siglo XIX. Esta concepción planteaba la independencia
de los componentes del ser –cuerpo y alma- por lo tanto, era posible la
preminencia ontológica del pensamiento por encima del cuerpo, es decir que el alma
podía prevalecer por sí misma. Esta creencia se percibe en la importancia de
conservar la cabeza de Elizabeth y ponerla en el cuerpo de la otra mujer;
hubiera sido más lógico para nosotros que Víctor hiciera un “trasplante” de
corazón, que fue el órgano que el “monstruo” sacó del cuerpo de su amada,
quitándole la vida; aunque ya se conocía la circulación de la sangre, prefirió
cortar su cabeza porque prevalecía la creencia de que el alma residía en la
glándula pineal, por esta razón la esencia de Elizabeth prevalecería en
cualquier cuerpo.
Asimismo, se consideraba que el funcionamiento del cuerpo era
como una máquina –un reloj compuesto de diversas piezas que sí alguna dejaba de
funcionar no afectaba las otras, de ahí que fuera compuesto de diferentes cuerpos-
que energizado no por un ánima inmaterial –como funcionaba en la explicación
religiosa- sino por estímulos externos que actuaban sobre él; por ello,
Frankenstein conservó habilidades de las personas por las que fue compuesto,
como: leer, tocar la flauta, etc., pero no como habilidades cognitivas, sino
que fueron provocadas por esos estímulos del medio exterior que lo hacía actuar
“en automático”. La interrogante después de todo esto es, ¿por qué Víctor si
tenía esta postura cartesiana respecto a la anatomía humana, no se fue a uno de
los países que seguían estos postulados? La electricidad, experimento
romántico, y el líquido amniótico fueron las corrientes que dieron vida,
biología y ciencia, ¿no nos parece Frankenstein está presente en todas esas innovaciones
de modificación genética?
Fuente:
Teresa Aguilar, María, Descartes
y el cuerpo-máquina, Pensamiento,
vol. 66, núm. 249, 2010, ISSN 0031-4749, 2010
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