Trainspotting: Drogas, existencialismo y ocio en los años noventa


Por Alicia Elena Vázquez



 “Escoge una vida, escoge un trabajo, escoge una carrera, escoge una familia, escoge una maldita televisión, escoge lavadoras, autos, reproductores de discos compactos y abrelatas eléctricos, elige una buena salud, colesterol bajo y un seguro dental, elige las tarifas de pago de hipoteca, elige tu primera casa, elige a tus amigos. Escoge ropa casual y equipaje que combine, escoge un traje de tres piezas para pagar a malditos plazos, elige ‘hágalo usted mismo’ y pregúntate quién eres un domingo en la mañana, escoge sentarte a jugar videojuegos de aturdimiento mental y agotamiento del espíritu atascándote de comida chatarra. Elige podrirte al final de todo eso, viviendo lo que te queda en un lugar miserable, convirtiéndote en la vergüenza de los estúpidos mocosos egoístas que engendraste para reemplazarte. Elige tu futuro, elige tu vida. ¿Por qué querría yo hacer algo así?”
     Así inicia Trainspotting, con un discurso existencialista de Mark Renton, y ciertamente, después de leer todas esas obligaciones sociales por cumplir, cualquiera preferiría pasar el tiempo en drogas antes que vivir como esclavo de un sistema que exige trabajar de sol a sol para comprar todas esas cosas que nadie necesita, pero cómo dan tranquilidad. Seguramente, si alguien nos diera a elegir entre esta lista o darnos un piquete, elegiríamos la segunda.
     Trainspotting nos habla de una clase media en la que la juventud lo único que tiene que hacer es estudiar y preocuparse por ser algún día como sus padres, una sociedad que se perfila hacia el fin del milenio y que tiene que elegir todo. Después de dos guerras mundiales, una guerra fría y agitación social, llegó una aparente calma y estabilidad financiera a gran parte del mundo. Los hijos de esta aparente calma solo tenían que preocuparse por disfrutar la vida hasta que les llegara la hora de sentar cabeza y tomar la forma del molde que marcaba la sociedad a determinada edad; en la que graduarse, tener un trabajo estable, un matrimonio e hijos era la llave de la felicidad. Pero mientras una parte de la juventud de los noventa elegía ese camino, otra optó por no elegir nada y refugiarse en las drogas antes de caminar por la ruta que les había trazado el sistema.
     “El mundo está cambiando, la música está cambiando”, son algunas de las palabras de Diane que siguen resonando en la cabeza de Renton mientras de fondo se escucha “For What You Dream Of” de Bedrock; “las drogas cambian, hasta los hombres y mujeres están cambiando”. Durante los noventa, el uso de la marihuana y LSD continuaron en su apogeo, pero despuntaron drogas como el éxtasis, en forma de pastillas de todos los colores y figuras, y la heroína. La homofobia no se acabó, aunque hubo apertura hacia las preferencias sexuales que hasta entonces eran tema a puerta cerrada.


     La voz interior de Renton continúa: “dentro de mil años no habrá hombres y mujeres, solo imbéciles” (no tuvimos que esperar mil años). “Me parece fabuloso”. La moralidad fue perdiendo terreno frente a una sociedad que ya no le tenía miedo al qué dirán, a salir a la calle vestida del sexo opuesto, a bailar sin control y sin pareja, y a la extravagancia. Renton reflexiona mientras observa a todos divertirse en lo que parece ser un rave o una fiesta clandestina, espacios que tomaron fuerza en la última década de los noventa.


     Trainspotting retrata a una sociedad que no solo acudió a las drogas como una nueva forma de pasar el rato; también se refugió en ellas como una respuesta al capitalismo, como un escape a todas las obligaciones sociales por cumplir, en un mundo en el que, si todo tienes que elegir, mejor no eliges nada.

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